jueves, 12 de septiembre de 2013

Un Ballo in Maschera (IV). Poca luz en la gruta de Ulrica.

Noche cerrada por los gélidos campos (si es que hay campo por allí) de Suecia. La hechicera Ulrica, que nos recuerda a una mezcla entre las brujas de Macbeth y Azucena de Trovatore, invoca junto a sus simpáticos amigos a los ministros infernales, como acostumbraba hacer a Lady Macbeth cuando se alteraba.

Naturalmente, Ulrica es una contralto, aunque por la escasez de esta cuerda vocal en los tiempos que corren se opta por mezzos para el papel, que no suelen destacar en los cavernosos graves que pide Ulrica tanto como en el registro agudo, al que las mezzos llegan (o deberían llegar) de sobra.

El preludio ya te pone en situación, podría utilizarse perfectamente como banda sonora de una peli de miedo, pero quizá haría centrarse al espectador en la música colocando a la hipotética trama en un segundo plano. Y es que Verdi atrapa.

La que faltaba: Amelia se introduce en escena con una melodía de cuerdas que lo dice todo, miedo, angustia. Recurre a Ulrica para que le ponga remedio a su problema, que no es otro sino que ama a otro hombre y no a su marido. Sabemos que se trata de Riccardo, que sigue escondido con los suyos prestando atención con cien sentidos.

Ulrica le aconseja que vaya a un campo desolado al Oeste de la ciudad (un cementerio) a coger una hierba a media noche. Nuestra Amelia, muy echá p'alante, está dispuesta a lo que sea para olvidarse de todo y llevar una vida normal. Claro, es evidente que Riccardo va a seguirla después para reencontrarse con ella a solas.



Shirley Verrett se coloca como una de las más sobresalientes Ulricas. Pena que el papel no dé para mucho más que este cuadro del Acto I.

Florence Quivar, desahogada en el agudo y al mismo tiempo con problemas en los graves, igualmente una voz maravillosa. De 21.50 a 35.50

Tremolante, cavernosa, infernal, sí, pero es que todos nos imaginamos a Ulrica con esa voz con sus graves como Dios manda, la voz de Elena Obraztsova.