sábado, 16 de noviembre de 2013

Aida (X). Amneris gozosa, Aida y Radamés resignados. Gran final del Acto II.

En el Templo de Tebas se recibe a Radamés y a sus tropas victoriosas. Amneris le otorga la corona que representa el triunfo. Todo el pueblo exalta de júbilo, éxtasis, alborozo, por el clamoroso resultado de la guerra contra los invasores.

El faraón promete conceder a Radamés lo que pida, y éste, que perfectamente podría haber deseado un iPad o el último de Luis Cobos, solicita que liberen a los prisioneros etíopes. Entre ellos se encuentra el padre de Aida, delatado involuntariamente por ésta, aunque sin nombrar su condición de Rey de Etiopía porque de esta forma la ópera llegaría a su fin y no llevamos ni hora y media. Para disimular un poco, asegura Amonasro que el Rey ha muerto en combate y que el pueblo está indefenso y descabezado. Los sacerdotes, el ala dura, piden castigo (como el Gran Inquisidor en Don Carlo), y el pueblo, siempre tan sensible y piadoso, une sus voces a la de Aida y los etíopes clamando piedad. 

Radamés insiste en liberarlos como recompensa por su victoria, y argumenta que al haber fallecido el Rey ya suponen un peligro menor. Ramfis, en una solución intermedia, propone que únicamente Aida y su padre queden prisioneros, liberando al resto. Aceptan, con la esperanza de huir más pronto que tarde.

El Rey egipcio, encantado de la vida, le ofrece a Radamés la mano de su hija Amneris, que no cabe en su gozo. Aida y Radamés ven imposible su amor, y Amonasro ya está pensando en cómo vengarse. 

Maravilloso concertante en el que todos intervienen es ese múltiple conflicto de intereses político y amoroso, consolidándose al final con un dominio del poder egipcio frente a los dominados etíopes retornando a la Marcha triunfal, que remata impecablemente este redondo Acto II.

De 1.10.55 a 1.23.55. Sherrill Milnes se encontraba por entonces en el ocaso de su formidable carrera baritonal, y el cansancio se nota. No obstante, muchos pagaríamos por escucharlo así hoy antes que a muchos barítonos actuales de menor edad sin medios ni personalidad,

Montse vuelve a detener el tiempo desde 1.55


Corelli, Arroyo, Milnes, Dalis, con  veinteañero Mehta dirigiendo allá por 1966.

Aida (IX). Marcha triunfal.

Estamos ya en el Cuadro II del Acto II, la parte más popular de Aida y quizá una de las más conocidas de toda la ópera, lo cual no implica que sea ni la mejor ni la peor.

Poco cabe añadir a la explicación de un cuadro que se presta, o que requiere, grandes fastos "a lo Hollywood", como describen Fernando Fraga y Enrique Pérez Adrián en su excelente guía de grabaciones operísticas de Verdi y Wagner. Aquí en el Met, 1991, no se cortan un pelo, y mientras se pueda en Aida es mejor pasarse que quedarse corto, así lo estimo personalmente. 

La Marcha triunfal resulta una escucha idónea tras un logro personal como aprobar un duro examen, por ejemplo, o cualquier tipo de victoria, a modo de celebración.

Y una anécdota. En aquel único verano de 2010 durante mi estancia en Tenerife con una de las mejores compañías posibles, el padre de esta "compañía", ya advertido de que soy un fósforo de la ópera, me habló de su gusto por las "trompetas de Aida", e inmediatamente deduje que se refería a este Acto, concretamente a la Marcha triunfal. No tardé más de un año, creo, en enviarle un CD con mi versión de Aida preferida, la dirigida por Muti. Confío en que no haya empleado tiempo sólo en las famosas trompetas sino en la obra completa, pues Aida es una ópera riquísima, fascinante, en la que la Marcha triunfal es un elemento más de esta genialidad verdiana.

De 59.00 a 1.10.35

Aida (VIII). Conflicto entre mujeres. Dúo de Amneris y Aida.

La princesa Amneris descansa y coge fuerzas en sus aposentos, rodeada de un servicio de alta categoría, suspirando por su amado Radamés.

Se acerca Aida, y la poderosa princesa se dispone a charlar con ella distendidamente, no sin cierta tensión, para a continuación inquirirle sobre si ama a Radamés. Como no tiene un pelo de tonta, le dice que el líder militar egipcio ha muerto en una batalla para comprobar en efecto la reacción desesperada y angustiosa de Aida, y comentarle inmediatamente que le ha engañado con el fin de que se retacte ante ella. Empieza a humillarla, tanto que Aida, ya arrodillada, no se levanta del suelo por falta de fuerzas. Se escucha un coro que anuncia la celebración por la victoria de los egipcios, y Amneris, siempre orgullosa, le advierte a la propia Aida que ella estará sumida en el polvo mientras la princesa se sentará en el trono junto al Rey. Chincha revincha.

Escena de Amneris con coro y danza, que desemboca en el gran dúo de las dos rivales. No ha sido una tónica frecuente en Verdi los dúos entre mujeres, como sí observamos en Mozart, Rossini, Bellini o Donizetti (así a primera vista no se me ocurre un dúo verdiano entre mujeres extenso y bien delimitado salvo éste), con lo cual supone una novedad más a sus casi 60 años. 

El dúo retrata y contrasta los perfiles e intenciones de cada una de ellas. La música pone perfectamente de manifiesto la estrategia de Amneris: conciliadora y amistosa al principio, astuta al anunciar falsamente la muerte de Radamés, celos y odio cuando Aida lo confiesa todo, victoriosa al pensar que tiene la miel en los labios y que Aida se muestra débil e indefensa. Claramente, la orquesta se muestra aquí de parte de la egipcia, que domina y maneja como quiere a la esclava. Como colofón, Aida vuelve a invocar a los dioses con la misma melodía que empleó al final de su aria primera, Ritorna vincitor. 

La tensión ha estallado.


De 42.30 a 58.30. Dolora Zajick demuestra que es la Amneris de las últimas décadas, y Millo desarrolla un canto de manual, impecable, con un papel que le viene como anillo al dedo. El clima teatral de Levine en el foso es apabullante.

Cossotto y Caballé, gloriosas, con una Montse que detiene el tiempo a partir de 8.45.