Foresto aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para echar vino envenenado en la copa de Attila (muy romántico y verdiano esto del veneno). Odabella se entera y se indigna (como los del 15-M) porque quiere ser ella la que mate al bárbaro para vengarse de su padre.
Se encienden de nuevo las antorchas y Attila se dispone a brindar. Parecía que estaba ya todo hecho pero la muy lista de Odabella se chiva a Attila, poniendo su interés propio por encima del de Roma (a la hora de la verdad es una patriota de hojalata, como dijo Zapatero una vez).
Attila, como es natural, se mosquea y exige responsabilidades. Foresto, valiente como él solo, da un paso al frente y Attila quiere matarlo pero Odabella, que es muy astuta como digo, le sugiere que es mejor que siga de esclavo como premio por haber salvado a Attila. Éste le concede a ella otro premio: ser su esposa y reina.
Odabella ordena a Foresto que huya, y no tarda en hacerlo no sin maldecirla por traidora (le insultaría pero Verdi y Solera son muy elegantes y no escribieron palabras malsonantes).
En conclusión, como es natural los hunos con decisión avanzarán hacia Roma.
¡Qué lío!
El final del Acto II de Attila es uno de las páginas si cabe más inspirados de la ópera verdiana. La sucesión de escenas a un ritmo trepidente son ejemplo de la concisión de Verdi, opuesta a la por costumbre extensión wagneriana. Verdi capta aquí el movimiento. La guinda del pastel es una revolucionada cabaletta que producirá, si está genialmente dirigida como en este caso, el éxtasis del espectador.
Empieza en el 9.20, son 15 minutos y se pasan que ni uno se entera.
Otras funciones de Muti más recientes, en Roma hace un par de años, sólo con la cabaletta. Atended a los crescendos, el ritmo velocísimo que le impone a la partitura, la fuerza de la orquesta y del coro, lo que Verdi soñaría escuchar.
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